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La familia Cortés y su corrupción de siempre

 La familia Cortés y su corrupción de siempre


Por Carlos Charis

9 de mayo de 2025

Cuautempan no es más que una sucursal del infierno, y la familia Cortés se ha asegurado de que el fuego nunca se apague. Gerardo Cortés, el alcalde que se cree intocable, huye mientras los malditos cateos invaden sus propiedades. Y no hay sorpresas. Nadie esperaba encontrar en esas casas algo más que polvo y sobras de lo que su viejo jefe le enseñó. Las acusaciones vienen y van, pero la podredumbre de su familia sigue ahí, como un tumor que no se quita.

Extorsión. No es solo un delito, es la forma en que este pueblo funciona. Si no eres de los suyos, la vida te cuesta. Las tiendas, los negocios, hasta los puestos de taco tienen que pasar por el filtro Cortés. Si no quieres que te pongan una multa o te quiten tu licencia, ya sabes a quién tienes que pagarle. Son los favores que se reparten entre las sombras de esta tierra perdida, donde la única ley es la del más fuerte, y el más fuerte siempre ha sido un Cortés.

Y ahí está Gerardo, mirando a su alrededor con sus ojitos de “yo no fui”, pero sabemos que fue él. Secuestros. Y que no me vengan con cuentos. Cuautempan tiene más desaparecidos que calles en buen estado. El negocio de los Cortés nunca fue solo el dinero del municipio; no, esto va más allá. Ellos manejan los hilos del miedo. Si te metes con ellos, desapareces. Si no les pagas, desapareces. Y luego, mágicamente, te liberan por un rescate, como si no fuera la misma gente que te metió en el lío. Todo es un círculo vicioso que nunca acaba. Secuestro como servicio, dirían algunos.

Y no hablemos de las armas. ¿Qué necesidad tiene un alcalde de tener un arsenal de rifles de asalto, pistolas y granadas? En Cuautempan no hace falta ser un experto para entenderlo. Los Cortés no solo manejan el dinero. Manejan la violencia. Todo en este pueblo gira alrededor de la intimidación. No te gusta lo que hacen, te dan un golpe en la puerta, una visita nocturna, y en menos de una hora, tú también serás parte del paisaje olvidado.

Pero la joya de la corona es la corrupción. Todo lo que tocan se convierte en mierda. Las licitaciones públicas son solo un show, un teatro donde ellos ya saben quién se lleva el contrato y por cuánto. Y el resto de la gente que está involucrada en el gobierno municipal no es más que un elenco de títeres. Los Cortés metieron a medio pueblo en la nómina municipal, desde primos hasta sobrinas, desde tías hasta amigos de la infancia. Nadie trabaja, nadie hace nada. Solo cobran. La diferencia es que ellos lo hacen con la legitimidad del cargo, mientras su padre los observa desde el infierno de su pasado político. Es una familia condenada a robar, a mentir, a seguir en el juego sucio.

Y ahora que el viejo Gerardo está huyendo, con la policía detrás de su culo gordo, nada va a cambiar. La corrupción de los Cortés no termina en los papeles. Está en cada rincón de Cuautempan, en cada negocio que paga por protección, en cada vida que se apaga porque alguien se atrevió a desafiar su reinado. Y mientras tanto, los más pobres siguen siendo los más jodidos, mientras los Cortés siguen nadando en su propia mierda.