SE ESCONDE ENTRE LAS SOMBRAS DE LA SIERRA: EL ALCALDE Y LA PESTE DE LA LEY
Cuautempan, Puebla – 12 de mayo de 2025.
Las balas dormidas, las bolsas con droga y los autos sin papeles comenzaron a hablar por él.
Gerardo Cortés Caballero —hombre de rancho, de camisa fajada y verbo podrido— dejó a su Cabildo una solicitud firmada con tinta temblorosa: veinte días de licencia. No más. Ni menos. Justo el tiempo necesario para perderse entre las faldas de la Sierra Norte, donde el monte no pregunta y el silencio se alquila.
El teatro de la impunidad
La Fiscalía General del Estado (FGE) se puso los guantes —tarde, como siempre— y cateó cuatro inmuebles en Cuautempan y Ahuacatlán. ¿El saldo? Lo de siempre: polvo blanco, fierros calientes, autos con placas falsas, cartuchos útiles, y un hedor a miedo encapsulado.
Pero esta vez hubo una postal distinta. En el Auditorio Municipal —el recinto que debería ser la casa del pueblo— encontraron más municiones y vehículos. Ahí donde los niños ensayan bailables, también se afilaban los colmillos de la corrupción. Porque en este pueblo, la política ya no se hace con discursos: se hace con armas largas y cobro de piso.
Los comerciantes pagaban 200, 300, hasta 500 pesos semanales para que los dejaran vender sin ser reventados. Y si uno se resistía, el castigo llegaba envuelto en amenazas, o en silencio, que es peor.
El silencio de los buenos y la fiebre de los malos
Aguilar Pala recitó la Ley Orgánica Municipal como si fuera un poema de domingo, explicando que si la licencia es menor a 90 días no hay sustitución formal. Así, el trono sigue vacío, pero el poder no. El vacío se llena solo. Y cuando no hay alcalde, los fantasmas gobiernan.
Final sin telón (por ahora)
En Cuautempan, los perros ladran distinto. La gente no habla. Las puertas se cierran más temprano. Nadie pregunta por el alcalde. Todos saben. Todos callan.
Gerardo Cortés Caballero se volvió polvo antes de que la ley lo alcanzara. Y si lo alcanzan, será solo para sumarlo a esa lista de ediles caídos, disfrazados de víctimas, ahogados en sus propios delitos. Porque aquí, en este estado que sangra lento, la justicia llega sin rostro. Y cuando llega, ya no importa.