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Inés Saturnino, las Elecciones y el Grito Silencioso del Viejo López

 Inés Saturnino, las Elecciones y el Grito Silencioso del Viejo López


En el asfalto agrietado de Tecamachalco, donde las sombras se mezclan con la polvareda y el eco de los gritos ya no se oyen, Inés Saturnino López Ponce se levantaba en su maldita lucha política. Como buen hijo de la tierra, se metió a la pelea en las elecciones del 2024, sabiendo que el poder era suyo por derecho. Pero, como siempre, hubo alguien que le recordó lo que es la derrota. Mateo Hernández, el nuevo alcalde, le quitó el sueño a Inés, y aunque el cacique sumó 11 mil 378 votos, no fue suficiente para arrebatarle la alcaldía al hombre de los 18 mil 088 sufragios. Un golpe en el ego, pero no más que eso. La política era su vida, sus días giraban alrededor de esas malditas urnas y las promesas de una campaña que nunca llegaba a cumplir.

Pero el destino, con su rostro inexpresivo, tenía algo más para él. Hoy, a las 8:30 de la mañana, el hombre que lo había visto nacer y crecer en medio del polvo y la miseria del pueblo, el hombre que, a pesar de su vejez, aún llevaba en sus ojos la esperanza de ver a su hijo triunfar, fue encontrado muerto.

Juan Asunción López Velázquez, padre del exalcalde, estaba colgado como un animal sacrificiado en la esquina de la calle Camino Real Puente, en la colonia Lomas de Romero. Recargado contra una barda, la cuerda a su cuello hablaba más que mil palabras, aunque nadie se atreviera a decirlo en voz alta. Un suicidio, decían algunos, pero las circunstancias, las mismas que rodean a todos los muertos en Tecamachalco, susurraban algo distinto. Un asesinato, tal vez. Alguien había dejado ese cuerpo como si fuera un recordatorio, un mensaje.

El reportaje de Protección Civil llegó tarde, como siempre. Los policías municipales llegaron a hacer su parte, confirmaron lo que ya todos sabían. El viejo estaba muerto. Inés Saturnino, con la cara alicaída por la noticia, sólo pudo hacer lo que cualquiera hubiera hecho: se presentó y reconoció el cadáver, su padre, ahora convertido en un montón de carne fría y olvidada.

Mientras tanto, Tecamachalco seguía hundido en la oscuridad. Mateo Hernández, el nuevo alcalde, había ganado, pero no había controlado lo que realmente importaba: la muerte que acecha a cada esquina. Inés Saturnino había quedado segundo, pero en ese momento no le importaba nada de eso. No importaban los votos, ni el respaldo del PSI o el PAN. Su padre estaba colgado, y no podía entender cómo había llegado a ese punto.

La inseguridad, esa maldita sombra que todos evitan nombrar, alcanzó a los grandes. Y así, como un fantasma que no entiende de distinciones ni rangos, se llevó al viejo López Velázquez. No se sabe si fue suicidio, o si alguien decidió que su vida ya no tenía sentido. Pero lo que sí se sabe, es que en esa mañana gris, el poder de la política no sirvió para evitar la tragedia.

Y ahí estaba Inés, con el peso de la muerte de su padre sobre sus hombros, en un pueblo donde la esperanza se desvanece y las promesas de seguridad se desintegran.