Impacto comunitario y social: el dominio y las contradicciones bajo el control femenino del narco en Puebla
La irrupción de “La Reina del Oriente” y otras figuras femeninas en el crimen organizado poblano ha dejado huellas profundas en las comunidades donde ejercen su influencia. Lejos de ser solo un problema de violencia, su control genera un entramado complejo de miedo, lealtad, dependencia y normalización que marca la vida cotidiana en colonias como Clavijero, Casa Blanca, Flor del Bosque y Santa Margarita.
Violencia y temor cotidiano
Los más evidentes son los altos índices de homicidios, secuestros y extorsiones. Según investigaciones de la Fiscalía General del Estado, Dulce N. está vinculada con al menos 21 ejecuciones, incluyendo hechos atroces como cuerpos desmembrados abandonados en calles o mercados. Este ambiente de violencia extrema convierte a las colonias en espacios de inseguridad constante, donde la presencia policial es casi inexistente o corrupta, y las denuncias son escasas por miedo a represalias.
Las balaceras, la circulación de armas y la impunidad generan un clima de terror que afecta especialmente a mujeres, jóvenes y niños, quienes son doblemente vulnerables. Sin embargo, esa violencia no siempre es directa: a menudo se manifiesta mediante “control social”, que obliga a las personas a someterse a las reglas impuestas por estos grupos, desde horarios para salir hasta cuotas obligatorias para negocios o familias.
Control social y economía paralela
Aunque parezca paradójico, en estas comunidades también se observa un tipo de “orden” impuesto por el crimen, donde la ausencia del Estado es suplida por la estructura criminal. “La Reina del Oriente” y sus colaboradores gestionaban negocios legales como tortillerías y rosticerías que, además de ser centros de lavado de dinero, funcionaban como puntos de reunión y aparente “protección” para vecinos.
En algunos casos, estos grupos reparten apoyos económicos o bienes para ganar simpatía, generando dependencia y un vínculo complejo entre victimarios y víctimas. Esta dinámica dificulta la intervención estatal y fortalece la cultura de la complicidad y el silencio.
Rompiendo estereotipos: mujeres como autoras y víctimas
El dominio femenino en el crimen también rompe con la idea tradicional de las mujeres como víctimas pasivas. A la vez que Dulce N. y otras lideresas criminales ejercen poder con violencia y manipulación, muchas mujeres en estas comunidades viven bajo el doble yugo del patriarcado social y la criminalidad, sufriendo violencia doméstica, explotación y pobreza.
Esto crea un panorama donde el género se cruza con la violencia, la pobreza y la exclusión social, mostrando que la lucha contra el crimen organizado debe considerar estas dimensiones para ser efectiva