Cinco tiros y un taco frío
Por Carlos Charis
La Joaquín Colombres no es bonita.
No hay jardines. No hay parques. No hay futuro.
Solo hay lonas grasientas, sillas de plástico, y el olor sagrado del pastor ardiendo en la plancha.
Eran casi las nueve de la noche y el hambre hacía de las suyas.
Carlos Fernando, 25 años, traía ganas de tacos. No de venganza.
Había estacionado su camioneta negra —una Hummer H3, modelo 2008, como de narco reciclado—
y se quedó esperando su turno afuera de ‘El Compa’, ese puesto donde la vida sabe mejor con salsita de árbol y coca retornable.
Lo que no sabía es que esa noche el guacamole iba a salpicar sangre.
Dos tipos en moto, sin decir palabra, le vaciaron el alma con cinco tiros.
Cuello. Pecho. Silencio.
La gente corrió como cucarachas cuando prendes la luz.
Los taqueros se tiraron al piso.
Las señoras se cubrieron la cabeza con el rebozo.
Y los niños se escondieron debajo de las mesas plegables como si eso pudiera salvarlos.
El aire olía a pólvora y carne quemada.
A miedo.
A ciudad podrida.
Carlos no estaba solo.
Alguien lo acompañaba.
Alguien que no jaló gatillo, pero sí volante.
Porque aún con los balazos encima, Carlos respiraba.
O eso parecía.
Lo subieron como pudieron a la Hummer, con la camisa empapada, la boca abierta, los ojos colgados de la nada.
Volaron hasta el Hospital de Traumatología,
pero ya era tarde.
La muerte había terminado su cena.
Los forenses llegaron como siempre: tarde, con cara de lunes y guantes manchados de resignación.
Los vecinos dijeron lo de siempre:
—“Aquí ya no se puede vivir…”
—“No se metía con nadie…”
—“Era buen muchacho, según…”
Pero la Fiscalía no come tacos ni cree en vírgenes.
Ya lo sabían: Carlos estaba metido hasta los dientes.
Narcomenudeo, huachicol, quién sabe.
Nada confirmado, pero ya sabes cómo es esto:
si te matan así, es porque algo debías.
Y si no debías, ya estás muerto, así que da lo mismo.
El puesto sigue vendiendo.
Los clientes siguen llegando.
Solo que el lugar donde cayó Carlos ahora tiene una mancha negra.
Una mancha que ni la lluvia ni la cloralex pueden borrar.
Cinco tiros.
Un taco frío.
Y la ciudad con hambre de más.