Crónica de un robo en la madrugada: carpetas, cheques y fantasmas en el IMSS Puebla
Por Carlos Charis
Puebla, 2 de mayo de 2025.
La ciudad seguía dormida.
Los postes apenas escupían luz amarillenta sobre los techos herrumbrosos de la colonia San José. El frío era un susurro viejo que se colaba entre rendijas. En la delegación del IMSS —ese mausoleo burocrático de muros verdes y almas grises— todo parecía en calma.
Pero adentro, alguien tenía las llaves del infierno.
No hubo cristales rotos.
Ni alarmas.
Ni una huella fuera de lugar.
Solo la ausencia.
La perfecta y meticulosa ausencia.
Amaneció y los trabajadores llegaron como todos los días, arrastrando mochilas, loncheras y hartazgo. En sus rostros, la rutina. Pero algo estaba mal. No era el café frío ni la fila de derechohabientes que dormían sentados en la banqueta. Era el silencio dentro del edificio.
Y las carpetas.
Las carpetas ya no estaban.
No fue un robo como los de antes, cuando los amantes de lo ajeno se llevaban monitores polvosos o ventiladores del ISSSTE. No. Esto fue quirúrgico. Se llevaron documentos contables, licitaciones, pólizas de cheques y equipo de cómputo. Todo lo que tenía valor. Y no valor de mercado. Valor político.
—“No tocaron nada médico… solo las carpetas. Fue directo contra la delegada”, dijo alguien al oído, con esa voz clandestina que solo se escucha en las oficinas de gobierno cuando algo huele mal.
La delegada en cuestión es María Magdalena Tinajero Esquivel, rostro duro, andar firme, escoltada por rumores desde hace meses. Hay quien dice que ella misma es una imposición incómoda. Que ha hecho enemigos. Que ya no baila al ritmo que le tocan.
El Instituto, por supuesto, no reconoció el robo.
Emitió un comunicado con el tono impersonal de siempre:
“Por causas de fuerza mayor se suspenden actividades en la sede del OOAD Puebla. Los servicios se reanudarán el lunes 5 de mayo”.
Y listo.
Así se disuelven los escándalos en este país.
Como una pastilla efervescente en agua sucia.
Los trabajadores fueron evacuados. Los derechohabientes también. Algunos pensaron que había amenaza de bomba. Otros que era simulacro. Nadie sabía nada. Lo único cierto era que la sede del IMSS Puebla se cerraba por el fin de semana y nadie debía hacer preguntas.
Y las cámaras de seguridad, ¿dónde estaban?
Y los guardias privados, ¿qué hacían?
—“Estaban ahí, como siempre, pero no vieron nada”, explicó un trabajador que lleva veinte años oliendo trámites.
Todo apunta a una operación interna.
De esas donde los ladrones entran por la puerta de atrás.
Con credencial.
Y con una lista exacta de lo que deben llevarse.
Los rumores son espinosos.
Que se robaron pruebas.
Que los documentos ligaban a Tinajero con contratos amañados, pagos ilegales, adjudicaciones sin licitación.
Que lo que se llevaron era dinamita de papel.
Y que alguien —desde arriba o desde al lado— quiere dinamitarla.
Esta no es una crónica policial.
Es una postal de lo que somos.
Una instantánea del México que sonríe con los dientes podridos.
El robo en el IMSS Puebla no fue solo un crimen.
Fue un mensaje.
Una advertencia.
Un movimiento en el tablero.
Y mientras la delegada intenta recomponer la cara,
mientras los jefes dictan líneas de “no comentar”,
mientras las cámaras siguen sin “haber visto nada”,
los que conocen el juego ya entienden:
esto fue un ajuste de cuentas sin pistolas,
una ejecución con clip y fólder.
Porque aquí ya no matan con balas.
Matan con información.
Y el silencio —ese que firmaron todos el viernes en la madrugada—
es el arma más precisa del sistema.