Autopista Puebla-Orizaba: los falsos guardianes de la muerte.
Por Carlos Charis, desde la cuneta donde se pudre la esperanza
Omar creyó que era una patrulla.
Porque parecía una patrulla.
Tenía las luces. El escudo. Hasta ese aire podrido de autoridad.
Pero no.
Era el infierno disfrazado de Guardia Nacional.
Una obra de teatro barata con rifles de verdad.
Eran las diez y cuarto en la Puebla-Orizaba.
Esa línea recta de asfalto donde los camiones se vuelven ataúdes rodantes.
Iban él y dos amigos en su Nissan nuevecita, la 2024.
Quizá con sueño.
Quizá con hambre.
Quizá con esa fe estúpida en que uno puede llegar vivo al destino.
Luces.
Un alto.
Un hombre con cubrebocas y mirada hueca le apuntó a la frente.
No hubo discurso.
No hubo advertencia.
Solo “bájate” y el temblor de los huesos.
Les robaron el alma, las llaves, la ruta.
Los llevaron a un baldío y los dejaron ahí, tirados como perros flacos.
Caminaron horas hasta encontrar una tienda sindical.
Nadie en la tienda les preguntó nada.
En Puebla la gente ya se cansó de escuchar tragedias.
Omar no es el único.
Y no será el último.
Hace una semana a otro chofer lo subieron, lo ataron a un árbol, lo golpearon hasta que se le cayeron los recuerdos.
Querían el código del GPS.
Él no lo sabía.
Lo dejaron colgado como un trapo mojado.
Un mes después, apareció la camioneta de Omar en Tlaxcala.
Con otras placas.
Con la misma tristeza.
Sigue en el corralón.
Esperando que un burócrata desayune bien y firme un pinche papel.
La fiscalía dice que están investigando.
Pero no dicen a quién.
Ni cuándo.
Ni por qué siempre llegan tarde.
La autopista Puebla-Orizaba es un chiste sin remate.
Una ruleta sin premio.
Un campo de caza con patrullas falsas y uniformes reciclados.
Los números no mienten:
148 asaltos violentos en tres meses, solo aquí.
Amozoc. Acajete. Tepeaca. Cuapiaxtla. Quecholac. Esperanza.
Nombres que huelen a polvo, a miedo, a gritos sin eco.
Y como si no bastara el robo, ahora te llaman después.
Te ofrecen devolverte tu camión…
si pagas.
Son los mismos.
Los ladrones de día.
Los intermediarios de noche.
La misma voz.
El mismo fraude.
La misma pesadilla con otro nombre.
La carretera que conecta Puebla con el sur se ha vuelto un corredor del miedo.
Una fosa sin tierra.
Una película de terror mal financiada pero con sangre de verdad.
Y mientras tanto, los transportistas rezan a su santo favorito…
y aceleran.