Entre
canciones y altares
El culto a la muerte nos une como pueblo: con él
conviven fe, arte y la identidad mexicana
Cada año, por estas fechas, nos acordamos de los que ya no están
con nosotros. Vaya, siempre lo hacemos: están en nuestras oraciones y en
nuestros pensamientos, pero especialmente a finales de octubre y principios de
noviembre les dedicamos días enteros. Como lo he escrito y dicho antes, en
nuestro país se vive de forma muy especial. El sincretismo religioso permea de
tal manera que, cada primero de noviembre, en la madrugada, los esperamos con
lo que más les gustaba… pero también con rezos propios de la tradición
católica.
Siempre hago la reflexión de que en México nos reímos de nuestras
tragedias, y a la muerte —fatal como su nombre— hasta la festejamos. Pero
además la usamos como recurso literario para demostrar valentía, para expresar
el deseo de reencontrarse con alguien, o simplemente para transmitir una gran
tristeza.
La valentía del mexicano, que ni a la muerte le tiene miedo. Como
cantaba uno de los favoritos de mi abuelo, Antonio Aguilar: “No le temo a la
muerte, más le temo a la vida.” Quien no le tiene miedo a la muerte, ¿a qué le
tendrá miedo?
Para José Alfredo Jiménez, la muerte podía ser el paso para
reencontrarse con el ser amado. Lo narraba en sus canciones, donde el jinete
vagaba solo por el mundo, deseando la muerte; incluso le pedía a Dios perder la
vida para poder reunirse con quien ya había partido.
Juan Gabriel, por su parte, usó la muerte para hablar del amor,
pensando en ella como un lugar donde todo es eterno y se podría continuar lo
que quedó pendiente: “Tarde o temprano estaré contigo, para seguir amándonos.”
Y con menos lirismo, pero con la misma pregunta de fondo, los
integrantes de la banda mexicana Kinky se cuestionaban: ¿a dónde van los
muertos? Tal vez la interrogante que más ha contrariado a la humanidad. Ellos
la resolvían diciendo que es como “nadar por el mundo, sin tener que salir a
respirar”, quizá aludiendo a lo que cantaba Antonio Aguilar: que hay que
tenerle más miedo a la vida que a la muerte.
Apunte al aire
Si se trata de transmitir nuestras tradiciones y hacer de ellas un
motivo para que la gente conozca rincones bellísimos de nuestro estado, quien
lo está haciendo muy bien es la Dirección de Convenciones y Parques. Durante
varios sexenios vivió en el oscurantismo, pero hoy, bajo la dirección de
Michelle Talavera, es una de las dependencias más dinámicas del gobierno del
estado de Puebla.
En la Ex Hacienda de Chautla, desde el 10 de octubre, se lleva a
cabo el festival Catrinerías. La respuesta de la gente ha sido excepcional.
Tenían como meta recibir 35 mil visitantes, pero al día de hoy me cuentan que
ya han ido más de 95 mil personas… y todavía falta el siguiente y último fin de
semana, cuando la afluencia será mayor.
La Ex Hacienda, por sí misma, tiene mucha historia. Si no me
creen, los invito a leer el prólogo de México, Tierra de Volcanes. Es un lugar
del cual debemos sentirnos orgullosos no solo los poblanos, sino todos los
mexicanos.
Muchas felicidades a Pablo y a todo su equipo por el trabajo que
han hecho pero sobre todo por poner a Chautla en el mapa turístico de Puebla y
de México.
