Si
no elegimos, ¿somos libres?
“El
opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios
oprimidos”
Me considero un liberal. No por moda, ni por simpatía ideológica,
sino simplemente porque creo profundamente en la libertad. La libertad es esa
capacidad humana de decidir entre dos bienes, eligiendo el mayor con el uso de
la inteligencia y la brújula de la voluntad. Eso nos hace verdaderamente
humanos.
El error, la caída, incluso el daño que sin así desearlo podemos
causar con nuestras decisiones, es la clara evidencia de que no estamos
determinados. Nuestras decisiones pueden estar influidas por pensamientos,
pasiones y circunstancias, sí, pero jamás completamente determinadas. La
libertad se prueba cuando, aun condicionados, decidimos.
No creo en esa versión popular y engañosa de la libertad que dice
que mientras más opciones tengamos, más libres somos. Esa es una falsa
libertad, un espejismo, una caricatura de la verdadera libertad, que ha servido
como justificación para graves despropósitos contra la humanidad. La verdadera
libertad implica elección, y toda elección conlleva renuncia. Quien no
renuncia, no elige. Y quien no elige, no es libre. La libertad es una potencia
del ser humano: está ahí, disponible, pero no todos la ejercen.
La libertad es decisión.
La libertad es renuncia.
La libertad es responsabilidad.
Ayer, mientras esperaba mi turno para votar, le decía a mi hija:
“Siempre que tengas la oportunidad de votar, hazlo. Nunca me he perdido una
elección, al menos no con mi voto, desde que soy mayor de edad.” Votar no es
una carga. Es un acto de libertad en su forma más cívica. La democracia en su
forma más pura se construye justamente de eso:
de la posibilidad de que el pueblo elija a sus autoridades.
Hubo quien dijo que las boletas eran demasiadas, que era difícil
saber por quién votar. Yo diría: hagan ciudadanía. Infórmense. Había buenos
perfiles, propuestas serias, opciones reales.
Otros dijeron que el proceso era complicado. Como toda elección,
por supuesto que es perfectible. Ojalá el Poder Legislativo haya tomado nota de
ello y trabaje pronto en las reformas necesarias para mejorar el proceso.
Algunos expresaron: “No voy a votar para no legitimar la elección
derivada de la reforma al Poder Judicial.” Comprendo la preocupación, pero el
abstencionismo no revierte reformas. Es como si alguien deseara un sistema
parlamentario en México y, bajo esa lógica, decidiera no votar en una elección
presidencial. Las reglas están dadas. Se trata de participar, incluso para
cambiarlas.
También escuché a quienes ya daban por hecho el resultado y
decidieron no participar. Sin embargo, yo vi a ciudadanos comprometidos
cuidando los votos en cada casilla. Fue el INE, ese mismo que “la marea rosa”
salió a defender a las calles, el encargado del proceso. Acusar trampa antes de
que ocurra no es un acto democrático. De hecho, es el mismo argumento que los
hoy opositores criticaron a “ya saben quien” que ayer salió a votar en Chiapas.
Ejercer la libertad no es cómodo. No es automático. Implica
informarse, decidir, actuar, incluso equivocarse. Pero es ese ejercicio,
consciente y responsable, el que sostiene la dignidad de una sociedad libre.
Y justamente en estos días en los que reflexionamos sobre nuestra
responsabilidad como ciudadanos, no puedo dejar de pensar en lo mucho que
necesitamos líderes que trasciendan. La semana pasada perdimos al Maestro José
Antonio Arrubarrena Y Aragón, y con él, muchos sentimos una orfandad
ideológica, sobre todo como abogados. En lo personal, siempre encontré en él
una especie de refugio intelectual y humano. Saber que podías visitarlo,
escucharlo, y salir con una mirada más clara era, simplemente, un privilegio.
Mi eterno agradecimiento.
Siempre con su agudo sentido del humor, pero también con la firmeza
que lo caracterizó toda su vida, fue un faro para muchos.
Somos muchos los que lo vamos a extrañar. Un abrazo a toda su
querida familia.
Cierro citando las palabras de mi querido amigo “Tato” Anaya, que
resumen con precisión el vacío que deja su partida:
“Con su partida se pierde
lucidez cristiana, genuina jurisprudencia y sabiduría de vida.”