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La abuelita y la reja de Dios

La abuelita y la reja de Dios

Por Carlos Charis
Chignahuapan, Puebla | 3 de junio de 2025

Una mujer de la tercera edad llegó tarde a misa. No mucho. Unos quince minutos, tal vez menos de lo que tarda un político en empezar un evento. Pero el portón de la Basílica de la Inmaculada Concepción en Chignahuapan ya estaba cerrado. Cerrado como si Dios tuviera horario de oficina. Cerrado como si la fe dependiera del reloj.

La escena fue grabada por algún testigo con celular sensible y corazón indignado. En el video, la señora —canosa, sencilla, envuelta en suéter grueso de frío matutino— observa la misa desde la calle. No reclama. No grita. Solo mira. Reza con la mirada, como si entendiera que a veces el cielo también se encierra tras una reja.

En la puerta, un cartel impreso en tinta y burocracia dice: “CERRADO”. Una lona colgada con bridas de plástico explica que las puertas se cierran durante la liturgia. Una norma, dicen. Una costumbre, justifican algunos. Pero lo que se ve es una abuelita al otro lado de la fe. Y eso, eso escuece.

Porque no es una protesta lo que ella hace. Es una forma de resistir sin palabras. De recordarle al clero —tan aficionado a la letra— que la misericordia no tiene hora exacta ni formato autorizado.

Mientras tanto, en redes sociales, las reacciones ardieron. Algunos recordaron que los templos deben ser refugio, no fortaleza. Que no es lo mismo cuidar la solemnidad que blindar la devoción. Otros defendieron la norma con frialdad catequética: “si uno llega tarde al cine, también se pierde la función”.

Pero el cine no promete salvación.

Y hasta el momento, ni la Basílica ni la Arquidiócesis han dicho una palabra. Tal vez porque creen que el silencio basta. Tal vez porque nadie les enseñó que cuando una abuelita queda afuera, lo que se cierra no es solo una puerta: es el alma de una institución que olvida su propio evangelio.

O tal vez —y esto sería lo más triste—
ya ni siquiera les importa.