Don Juan y los 111 mil: crónica de un asalto anunciado en el corazón de Puebla
Por José Herrera
PUEBLA, Pue.— A Rafael N. lo esperaban afuera. No de una oficina bancaria ni de una casa de empeño, sino de una casa de citas en pleno Centro Histórico. A las 3:16 de la tarde, bajo el sol de plomo de la 5 Norte y la 18 Poniente, dos hombres lo interceptaron con una precisión quirúrgica. Le apuntaron, lo despojaron y se fueron caminando. Como si nada. Como si nadie. Como si todos.
Llevaba consigo un maletín con 111 mil 470 pesos en efectivo. También las llaves de su camioneta Chevrolet, que no se llevaron. El botín era otro: dinero contante, y muy probablemente no declarado.
Una cámara de vigilancia —esa vigilancia silenciosa que lo ve todo pero rara vez interviene— captó el atraco. El primero de los asaltantes, vestido de blanco, se acercó con el arma en la mano. Por la espalda, su cómplice cerró la pinza. En segundos, Rafael quedó despojado de más que dinero: de su ingenuidad, su discreción, su masculinidad blindada por los muros de la doble moral.
El reporte a la policía fue tardío, y para cuando las patrullas aparecieron —si es que lo hicieron— los ladrones ya habían desaparecido, como fantasmas urbanos que se esfuman entre ambulantes, taxis piratas y esquinas olvidadas por la autoridad.
El crimen que sí descansa
Puebla capital, 2025: ciudad de vigilancia saturada y respuesta escasa. El Centro Histórico convertido en teatro de opereta para el turismo, y al mismo tiempo, en zona franca para el crimen hormiga, la prostitución tolerada y la impunidad sostenida.
El caso de Rafael N. parece un episodio menor, un chisme de cantina disfrazado de parte policial. Pero entre líneas deja preguntas incómodas:
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¿Por qué un ciudadano carga más de 100 mil pesos en efectivo?
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¿Quién sabía que iba a salir con ese dinero?
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¿Por qué los ladrones sabían exactamente dónde esperarlo?
Y una más: ¿por qué las casas de citas, que operan a la vista de todos, siguen sin regulación, vigilancia, ni nombre?
Entre la moral y el blindaje
El caso de Don Juan —porque así le han apodado ya en redes sociales— revela más que un atraco. Es un retrato cínico del centro de Puebla: una ciudad donde el efectivo fluye, la vigilancia observa, pero la ley duerme la siesta. Donde los criminales no necesitan autos para huir, y los asaltos se cometen sin correr. Donde el dinero sucio convive con el placer tarifado, y ambos circulan en la bolsa de cualquiera que se crea inmune al caos.
Rafael N. aprendió por las malas que no hay blindaje suficiente para quien camina con efectivo y deseo en el mismo bolsillo.
Y mientras los ladrones caminan libres por las calles, lo único que queda claro es que el Centro Histórico sigue siendo tierra de nadie... o de todos.