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Diego voló por los aires

Diego voló por los aires y en el cielo se quedó


Por Carlos Charis
5 de mayo de 2025

Diego Rojas no era un héroe. Era un poli más, de esos que desayunan café quemado y salen con la cara hecha piedra. Tenía chamba en Tehuacán. Y una moto. Esa mañana se subió como siempre, como si no fuera la última vez.

Kilómetro 9+750 de la Cuacnopalan-Oaxaca. El sol todavía no decidía si calentar o esconderse. Y entonces pasó lo que siempre pasa cuando la velocidad, la estupidez y el asfalto se cruzan.

Una Kia gris y una pickup roja. Dos camionetas conducidas por quién sabe quién —seguramente idiotas con prisa y sin alma— lo embistieron de frente. Ni chance tuvo de maldecir. Voló. Cuerpo, huesos, vida… todo voló.

Diego cayó lejos, como si el mundo ya no lo quisiera. Los de Capufe llegaron rápido, pero no lo suficiente. Lo miraron. Intentaron algo. Y luego bajaron la cabeza: “ya está muerto”.

Los de la Guardia Nacional levantaron cinta y fingieron orden. Los peritos miraron la sangre en el pavimento como si no oliera. El cuerpo de Diego se fue en una bolsa negra, sin condecoraciones, sin discurso. Así se van casi todos.

Dicen que investigarán. Que buscarán culpables. Que harán justicia. Lo dicen siempre. Pero la autopista sigue allí, hambrienta, esperando el siguiente nombre para tragarse.

Y Diego... Diego solo quería llegar a trabajar.