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De la luz y la sombra: Tlatlauquitepec

 


De la luz y la sombra: Tlatlauquitepec y el deber moral de gobernar

Por José Herrera

Imaginemos por un momento un pequeño pueblo en lo alto de una montaña. Sus calles empedradas han sido testigos de generaciones de comerciantes, artesanos y familias que han aprendido a vivir con las estaciones del tiempo, con la lluvia y con el sol. Pero, sobre todo, han aprendido a vivir con la luz: esa frágil pero esencial realidad que ilumina las noches, disipa los miedos y permite la vida en comunidad.

Ahora, imaginemos que esa luz comienza a desvanecerse. No por un fenómeno natural ni por la mano del destino, sino por algo mucho más mundano: la irresponsabilidad de quienes fueron elegidos para administrarla.

El caso de Tlatlauquitepec y los adeudos por alumbrado público no es solo una historia de cuentas sin pagar. Es, en un sentido más profundo, un reflejo de lo que ocurre cuando aquellos encargados de velar por el bien común se permiten ignorar las responsabilidades más básicas. Cuando la luz de la responsabilidad se apaga en un gobierno, las sombras se alargan, y en esas sombras prosperan el descuido, la negligencia y, con el tiempo, la corrupción.

El nombre de Porfirio Loeza Aguilar resuena en la política de Tlatlauquitepec con una insistencia que solo los veteranos del poder pueden lograr. En su paso por la presidencia municipal —una trayectoria marcada por la continuidad y la controversia— ha acumulado tanto seguidores como críticos. Para algunos, representa la estabilidad de un liderazgo conocido; para otros, la encarnación de un sistema que se resiste al cambio y que, en el proceso, olvida los principios fundamentales de la administración pública.

Los documentos oficiales son claros: nueve oficios de la Comisión Federal de Electricidad detallan adeudos por más de 535 mil pesos en el consumo de energía para alumbrado público. No estamos hablando de un error contable menor ni de un problema circunstancial. Estamos ante la consecuencia de una gestión que ha permitido que las obligaciones más elementales sean relegadas, como si la electricidad que ilumina calles y hogares fuera un asunto secundario.

Pero el problema va más allá de los números. Como bien sabía C.S. Lewis, las fallas en la administración no son meramente técnicas, sino morales. Gobernar no es solo un acto de poder, sino un deber; y cuando quienes gobiernan olvidan este principio, la comunidad entera sufre.

Cuando la omisión se convierte en norma

Si pagar por los servicios básicos es una obligación obvia, ¿qué dice de un gobierno el hecho de que ignore estos compromisos? Peor aún, ¿qué dice de una administración que no solo deja de pagar, sino que tampoco responde a los llamados de atención, ni a las solicitudes de aclaración, ni a las observaciones de los órganos de fiscalización?

La Ley de Rendición de Cuentas y Fiscalización Superior del Estado de Puebla es explícita: omitir el cumplimiento de estos pagos puede derivar en sanciones administrativas graves. Y, sin embargo, los documentos revelan que ni siquiera ante el peso de la ley se ha dado una respuesta clara.

Hay un viejo principio que dice que la luz no solo es un recurso físico, sino también un símbolo: donde hay luz, hay claridad, y donde hay claridad, hay verdad. Pero en Tlatlauquitepec, la falta de pago de la luz es apenas la superficie de un problema mayor: una administración que opera en las sombras, sin transparencia y sin la voluntad de rendir cuentas.

Más allá de la política: el deber moral del liderazgo

Lewis escribió una vez que "la integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando". En el ámbito de la política, podríamos reformularlo de la siguiente manera: la integridad es administrar correctamente, incluso cuando el pueblo no está prestando atención. Porque, tarde o temprano, el pueblo se da cuenta.

Quizás los habitantes de Tlatlauquitepec puedan soportar calles en penumbras, pero ¿podrán soportar un gobierno que ignora sus deberes más básicos? Quizás un adeudo pueda resolverse con un pago eventual, pero ¿puede resolverse con la misma facilidad la pérdida de confianza en una administración?

En el juego del poder, hay quienes creen que la permanencia en el cargo es la victoria. Pero la verdadera victoria —esa que los grandes líderes comprenden— no es mantenerse en el puesto, sino dejar un legado de servicio genuino.

Porfirio Loeza Aguilar y su administración aún tienen la oportunidad de responder, de corregir el rumbo, de demostrar que el liderazgo no se trata solo de ocupar un puesto, sino de iluminar el camino para quienes han confiado en ellos. La pregunta es: ¿elegirán hacerlo antes de que la oscuridad sea demasiado densa como para disiparla?