Cuando Harry L. Bowdoin solicitó la patente de su blindaje para submarinos en 1914, el buceo no estaba muy desarrollado. Quizá contaba con ello y con no tener mucha competencia, ya que la realidad fue bastante cruel: no tuvo el éxito que él esperaba. Tal vez porque se adelantó a su tiempo y se encontró con el obstáculo de que la tecnología no estaba a la altura de las circunstancias, como los materiales ligeros, la iluminación, los aparatos de respiración y todo lo necesario para una inmersión con éxito. El típico destino de un inventor.