Nombramiento de Hugo López-Gatell ante la OMS: un golpe a la memoria y a la credibilidad del Estado mexicano
El reciente nombramiento de Hugo López-Gatell como representante de México ante la Organización Mundial de la Salud (OMS) no es un simple acto protocolario o una decisión administrativa más. Es, en el contexto político y sanitario nacional, un gesto cargado de simbolismos que revela mucho sobre las prioridades y la narrativa oficial del gobierno mexicano.
La Comisión Independiente de Investigación sobre la pandemia de Covid-19 en México, conformada por expertos que documentaron sistemáticamente los errores y omisiones de la gestión sanitaria, rechazó este nombramiento calificándolo de “inaudito” y fuera del marco formal de representación diplomática. Esta postura no debe ser tomada a la ligera, pues la comisión aporta un balance fundamentado y crítico sobre una etapa que costó miles de vidas y expuso la fragilidad de nuestro sistema de salud.
Durante la pandemia, México registró uno de los índices más altos de mortalidad excesiva a nivel mundial y la mayor pérdida de personal médico en América, cifras que apuntan no solo a la gravedad de la crisis global, sino también a la ineptitud y decisiones erráticas del manejo gubernamental. La mortalidad hospitalaria del 44% es una cifra escalofriante que evidenció deficiencias estructurales, falta de insumos y una coordinación insuficiente.
Nombrar a López-Gatell, una figura que encarnó la comunicación oficial durante la emergencia sanitaria, representa una contradicción profunda. Su gestión fue marcada por el manejo político de las percepciones, muchas veces priorizando la narrativa sobre la evidencia científica y las recomendaciones internacionales. Esto no solo costó vidas, sino que también generó un profundo desgaste en la confianza ciudadana hacia las instituciones públicas de salud.
La designación, más allá de sus implicaciones formales, envía una señal política: el gobierno mexicano parece apostar por mantener en el poder a quienes fueron responsables de las fallas y no mostrar apertura a una autocrítica genuina ni a un cambio sustancial en la política sanitaria.
En un escenario donde la pandemia dejó heridas abiertas en la sociedad, esta decisión podría ser interpretada como un acto de impunidad y de negación histórica. La representación ante la OMS debería ser encomendada a personas que inspiren confianza, compromiso y credibilidad ante una comunidad internacional que sigue atenta al desempeño de los países en salud pública.
Además, el argumento de que el nombramiento “no requiere aprobación del Congreso” pone en entredicho la transparencia y el escrutinio democrático. En temas tan delicados como la salud pública y la imagen internacional, la participación y supervisión ciudadana son vitales para evitar decisiones arbitrarias.
La polémica también abrió la puerta para que sectores opositores y la ciudadanía exijan una investigación a fondo de las responsabilidades durante la crisis sanitaria. La justicia, en estos casos, es un paso necesario para cerrar ciclos y fortalecer la rendición de cuentas en el país.
En suma, la designación de Hugo López-Gatell ante la OMS no solo representa una controversia política, sino una oportunidad perdida para demostrar que México puede aprender de su historia reciente y adoptar un camino basado en la transparencia, la responsabilidad y la mejora continua.