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Estado de derecho y las vías de comunicación

 

Estado de derecho y las vías de comunicación


Carreteras, protestas y el deber del Estado de hacer que la ley se cumpla

 Horacio Cano Vargas

En México tenemos carreteras hermosas. Quien haya tenido la oportunidad de recorrerlas coincidirá conmigo. Las Cumbres de Maltrata, en un día despejado, permiten ver al majestuoso Citlaltépetl, que —aunque desde Orizaba se ve muy bien— está en Puebla. Más adelante, en Tlahuapan, uno puede casi darle la vuelta a los volcanes y contemplar su majestuosidad. Y si uno se va al norte, puede recorrer el famoso Espinazo del Diablo, esa carretera que va de Durango a Mazatlán, con sus barrancos profundos y curvas espectaculares. Y seguro me quedo corto. Ejemplos de paisajes majestuosos en nuestras carreteras sobran.

 

A diferencia de otros países de Latinoamérica, nuestra infraestructura carretera es bastante eficiente. En Colombia, por ejemplo, es impensable moverse con rapidez entre dos ciudades separadas por más de 200 km. En México, en cambio, hacerlo es parte de la vida cotidiana. Moverse por tierra parece una opción bastante viable. En auto particular o en autobús, el flujo de viajeros por las carreteras es tremendo.

 

Claro, eso es cuando no hay bloqueos. Porque en los últimos años, manifestaciones como las que han ocurrido en la México-Puebla se han convertido en obstáculos frecuentes. Y ahí se enfrentan dos derechos fundamentales: el derecho a manifestarse y el derecho al libre tránsito. ¿Cuál es más legítimo? ¿Quién debe tener preferencia? ¿Se deben regular las manifestaciones? ¿Criminalizarlas? ¿Hasta dónde es lícito ocupar una vía de comunicación para manifestarse y llamar la atención del gobierno?

 

Resolver ese conflicto requiere aplicar el estado de derecho, entendido como la capacidad del Estado para hacer cumplir la ley. Y hacerla cumplir significa, por un lado, garantizar ese derecho a manifestarse que todos los mexicanos tenemos; pero también, proteger el derecho al libre tránsito. Los distintos niveles de gobierno deben mediar entre las legítimas pretensiones de los grupos sociales y el interés público por mantener libre el paso por las vialidades más importantes del país.

 

Entonces, ¿hasta dónde se debe permitir que los manifestantes obstruyan vías de comunicación fundamentales? ¿Qué hacer cuando se afecta el paso de millones de personas que las usan para llegar a sus trabajos, o para transportar materias primas esenciales para la industria? ¿Cuál es la solución?

 

Sin duda, la clave está —y siempre estará— en el diálogo. En esa actividad cívica donde el ciudadano expone sus inconformidades y la autoridad hace lo que le toca: escuchar, responder… y resolver.

 

Apunte al aire

 

¿A poco los libros no hablan? ¿Quién dice eso? Yo creo que hablan… y mucho.

Yo, por ejemplo, los lleno de anotaciones. Les converso.

 

Hace poco me regalaron unos libros. Bueno, me los regalaron a nombre del de cujus, y estoy seguro de que él está feliz de que los tenga. Gracias.

 

Pero esos libros sí que hablan.

Los subrayados, las notas al margen, los comentarios al pie…

 

Eso es lo más valioso: leer las huellas de mi maestro.

Y ahora mi curiosidad es mucha. Estoy listo para escucharlo. Hasta entonces.