23 millones, una mochila y un fantasma de la SEIDO
Por Carlos Charis
En esta ciudad donde los autos huelen a diesel robado y los políticos juran por sus madres que nunca vieron una pipa, la justicia es solo otro nombre para la extorsión. A Pablo Morales Ugalde, exedil de Palmar de Bravo —sí, ese municipio donde el huachicol es religión y la gasolina bendición— lo exoneraron hace dos años del delito de lavado de dinero. Salió limpio, o al menos eso decía el papel. Pero la mugre, como la sangre en las uñas, no se va con sentencias.
Después de todo el circo judicial, el verdadero castigo le llegó a su familia. Su hija, Mónica Morales, recibió una llamada: era Mario Giovanni Nava, exagente de la SEIDO, el mismo cabrón que detuvo a su padre en 2017. Nava no pedía perdón ni ofrecía disculpas. Pedía dinero. O mejor dicho, lo exigía con voz de plomo y un expediente en la mano.
“Sé quién eres, dónde vives, y lo que hiciste”, le soltó. No como una amenaza, sino como una sentencia. Nava, ya fuera de la FGR, se presentaba como abogado, pero operaba con la misma lógica del sistema podrido que lo formó: te vendo protección contra mí mismo.
Mónica, con miedo en los huesos y recuerdos de su padre encerrado, fue al Banorte de Reforma en Ciudad de México. Allí, en una oficina con aire acondicionado y vidrios polarizados, firmó un contrato de “asesoría jurídica”. Nava guardó 23 millones de pesos en una mochila, se marchó escoltado por cuatro tipos que olían a perfume caro y a cloaca judicial.
Y no volvió.
La familia Morales entendió entonces que no era la justicia lo que los acechaba, sino un sistema que nunca suelta a los que alguna vez tocó. Nava, el exagente, ahora es penalista de lujo, con despacho en Jardines del Pedregal. Luce corbatas italianas, whisky en el escritorio y una conciencia limpia, o tal vez solo desierta.
Intentó lo mismo con otro miembro de la familia. Quería otros 15 millones. Pero esta vez la voz de alerta llegó antes que la extorsión.
En 2019, Morales Ugalde pidió que le devolvieran sus bienes. Las cuentas congeladas sumaban 57 millones. Le habían cerrado cuatro gasolineras. Lo encarcelaron en junio de 2017 y lo soltaron en octubre de 2018. No importa. La cárcel no borra, y la libertad no limpia.
Así funciona todo: te acusan, te absuelven, y cuando crees que se acabó, aparece un fantasma de traje negro con credencial vieja, expediente en mano y hambre en el alma.
Porque en este país no se busca justicia. Se alquila. Se compra. Se roba.
Y a veces, se guarda en una mochila.