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Muere una mujer del “Escuadrón de la Muerte” en Tehuacán; el olvido social mata en silencio

 Muere una mujer del “Escuadrón de la Muerte” en Tehuacán; el olvido social mata en silencio


Por Redacción
Proceso, 28 de junio de 2025

Una mujer fue hallada sin vida en un callejón de Tehuacán. No tenía nombre en los medios, ni apellidos que contar. Era, simplemente, una de las tantas integrantes del llamado “Escuadrón de la Muerte”: ese grupo invisible de personas en situación de calle que beben para olvidar que existen. Su cuerpo fue encontrado la mañana del sábado, tirado sobre el pavimento húmedo de la calle Josefa Ortiz de Domínguez. Nadie lloró públicamente. Nadie reclamó justicia. Sólo quedó una causa probable: congestión alcohólica.

La policía municipal llegó con paramédicos para confirmar lo que ya era evidente: estaba muerta. Los vecinos dicen que la veían seguido, caminando en zigzag por los callejones, bebiendo desde la madrugada hasta que la noche caía encima, como si el reloj no tuviera sentido. Para los reportes oficiales era “una indigente”. Para la colonia, una habitual. Para el sistema, una inexistente.

Pero su muerte no es sólo el desenlace de una borrachera prolongada. Es el síntoma de algo más profundo: el abandono estructural, la descomposición del tejido social, la normalización de la miseria como paisaje urbano. La mujer no fue asesinada por otro ser humano, pero sí por un país que margina, desprecia y deja morir.

En Tehuacán, como en tantas ciudades del país, el “Escuadrón de la Muerte” no es una banda criminal, sino una metáfora cruel: personas olvidadas que consumen alcohol industrial, solventes o lo que sea que anule el hambre, la pena y el frío. Nadie se pregunta cómo llegaron ahí. Sólo se les estigmatiza, se les rodea, se les ignora. Son los “otros”.

La Fiscalía realizó el levantamiento del cuerpo. Se esperarán los resultados de la necropsia para confirmar la causa del deceso, como si eso hiciera alguna diferencia en el fondo. El gobierno municipal, hasta ahora, no ha emitido posicionamiento alguno. Tampoco lo hizo el DIF, ni la Secretaría de Salud, ni ninguna institución que hable de inclusión o derechos humanos en los discursos públicos. El cadáver fue removido, pero el problema quedó tendido en la calle, expuesto.

La muerte de esta mujer no escandaliza. No ocupa titulares. No sacude a la opinión pública. Pero debería. Porque es el resultado de una cadena de omisiones, donde la pobreza se encuentra con el abandono, la exclusión con la adicción, y la indiferencia con la muerte. Y si algo enseña este caso, es que en México no hace falta un arma para matar a alguien: basta con no mirar.