“Las manos del delirio” (parte V): Ojos que no verán jamás
El caso de José Alfredo Reyes, el estudiante que se arrancó los ojos en Puebla
Por J.Herrera | Puebla, México – Archivo Negro de la Salud Mental
“No hay peor cárcel que aquella cuyos barrotes se llaman percepción.”
—Apuntes del diario de José Alfredo Reyes, 2020
I. La noche de los ojos rojos
Sucedió en silencio, como casi todo lo terrible.
El 9 de julio de 2020, en plena pandemia, José Alfredo Reyes, estudiante de Ingeniería en la BUAP, se encerró en su cuarto durante dos días. No comía. No dormía. Solo murmuraba frases en voz baja sobre “espías del gobierno”, “frecuencias” y “el ojo de los drones que entran por las lámparas”.
Tenía 22 años. Era callado. De los que se pierden entre los pasillos sin que nadie lo note. Según sus vecinos de San Baltazar Campeche, apenas salía. Su madre pensó que era estrés por el encierro. Su padre le dejó el desayuno fuera del cuarto. Pero cuando forzaron la puerta el tercer día, lo encontraron tirado en el suelo, bañado en sangre, con los dos ojos arrancados de cuajo.
Junto a él: una cuchara metálica torcida.
Y una Biblia abierta en el Apocalipsis.
II. El silencio institucional
El caso nunca llegó a las noticias nacionales. Apenas una nota breve en un portal local. La universidad no emitió comunicado. La Fiscalía lo clasificó como “autolesión derivada de crisis mental”.
Pero las fotos existen. Los partes médicos también. Fue trasladado al Hospital Universitario sin visión, en estado catatónico. Tardó más de un mes en articular una sola frase: “No quería que me siguieran viendo”.
Luego diagnosticaron: esquizofrenia paranoide de aparición tardía. La familia ya lo sospechaba. Desde hacía un año, Alfredo hablaba de ser observado, de que el WiFi le quemaba la cabeza. Pero nunca llegó una valoración profesional.
“Nadie nos dijo que era enfermedad. Todos decían que era flojera, marihuana o el Diablo”, declaró su madre en una carta inédita enviada a la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
III. Lo que el cuerpo revela
Los médicos del Hospital Universitario declararon off the record que Alfredo realizó la extracción con precisión quirúrgica, sin ayuda, sin perder el conocimiento. La córnea izquierda quedó sobre una servilleta, “como si la hubiera querido salvar”.
Un psiquiatra describió la escena como “un acto de desesperación simbólica: él sentía que si destruía sus ojos, terminaría con la persecución.”
No es el único caso así en el mundo. En EE. UU., el fenómeno tiene nombre: Oedipism, del mito griego de Edipo. Es una forma extrema de automutilación ocular en pacientes psicóticos que creen que sus ojos son la fuente de su castigo o control.
IV. ¿Qué hicimos mal?
La historia de Alfredo, como la de Santiago Ramírez en Chile, apunta al mismo patrón mortal:
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Familia que pide ayuda → no hay atención inmediata.
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Episodios previos ignorados por médicos generales.
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Cero seguimiento de salud mental en universidades.
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Estigmatización religiosa y comunitaria.
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Y al final: un acto de horror que ya no se puede deshacer.
V. El muchacho sin ojos
Hoy Alfredo vive con su madre. Es invidente permanente. Toma tres medicamentos diarios. Va a terapia ocupacional. Su padre lo dejó.
En su diario, escribió con ayuda de una máquina Braille:
“Ahora que no veo, ya no me persiguen. Pero escucho voces. Y a veces me dicen que me arranque las orejas también.”
Su madre duerme con la puerta entreabierta.
Y una cuchara menos en la cocina.
🔴 Epílogo: Una generación abandonada
Desde 2020, más de 6,000 estudiantes universitarios en México han sido hospitalizados por episodios psicóticos severos. Solo el 12% tenía diagnóstico previo. La salud mental sigue siendo un fantasma entre nosotros.
Pero no es un fantasma:
Es un muchacho sin ojos.
Es un músico sin manos.
Es una mujer que no pidió ayuda porque le dijeron que rezara.