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Las manos del delirio” (parte II)

  


Las manos del delirio” (parte II): Otros que también cayeron

Por J. Herrera

1. La lengua de Daniel Paul Schreber (Dresde, 1893)

Antes de que la esquizofrenia tuviera nombre, ya existía. El juez alemán Daniel Paul Schreber pasó de sentenciar a criminales a escribir una de las memorias más aterradoras de la locura. Una noche, encerrado en el sanatorio de Sonnenstein, intentó arrancarse la lengua con un gancho metálico porque, según él, “Dios le enviaba rayos a través de la boca para corromper su virilidad”. No logró el cometido, pero el intento fue suficiente para dejarlo en silencio durante años. Freud lo leería después. Pero no lo entendería del todo.

2. El joven de Oakland que se sacó los ojos (California, 2004)
Tenía 18 años. Había crecido entre biblias y prédicas evangélicas en el sur de Estados Unidos, hasta que una voz —una sola, pero poderosa— le dijo que los ojos eran la puerta del pecado. Se encerró en el baño y, con una cucharilla oxidada, se los arrancó. Cuando llegaron los paramédicos, dijo: “Ahora soy puro. Ya no puedo ver el mal”. Su diagnóstico fue claro: esquizofrenia paranoide con delirios religiosos. Aun hoy, vive. No ve. Pero dice oír a los ángeles cantar.

3. El violinista sin orejas (Varsovia, 2011)
Se llamaba Piotr. Tocaba en una orquesta pequeña y creía que las partituras contenían mensajes ocultos. Un día no aguantó más. Pensó que sus orejas eran las receptoras de una frecuencia demoniaca. Se las cortó con una navaja de afeitar y se las ofreció al director de la orquesta como “prueba de su liberación”. La sangre salpicó los violines. Lo internaron. A veces pide volver a tocar. Pero no puede afinar sin escuchar.

4. El hombre que se despojó de sus genitales en la estación Tacuba (Ciudad de México, 2017)
Un testigo dijo que lo vio bajarse los pantalones y gritar que “los hijos del diablo venían por su semilla”. Otro dijo que simplemente lloraba. Lo cierto es que, con una navaja artesanal, se cercenó los testículos en plena vía pública y se desmayó antes de desangrarse. Tenía 29 años. Vivía en situación de calle. En su expediente médico: esquizofrenia no tratada. A veces lo ven en un albergue del sur. Callado. Pero con los ojos abiertos, como si escuchara una voz que no se apaga nunca.

5. La mujer que se cosió la boca en Córdoba (Argentina, 2019)
Marcela A., maestra jubilada, dejó de hablar de un día para otro. En su casa encontraron restos de hilo, agujas, sangre en las comisuras. Se había cocido los labios con aguja de bordado y escribió con crayón rojo en la pared: “Callarse es obedecer a Dios”. Nadie lo entendió. Tampoco ella, semanas después, cuando volvió a hablar. No recordaba nada. Su diagnóstico: trastorno esquizoafectivo. Vive con su hermana. No volvió a usar hilo jamás.


El espejo final

Estos casos, lejanos en geografía pero unidos por una misma sombra, no son leyendas urbanas. Están documentados. Y cada uno de ellos lanza una advertencia silenciosa: la mente puede volverse contra sí misma con la crueldad de un verdugo invisible.

Santiago Ramírez no está solo. No lo estuvo. En la vastedad del sufrimiento psíquico, hay quienes escuchan voces que no existen, obedecen mandatos que nadie da, y realizan actos que desafían toda lógica.

Pero ¿es la locura solo enfermedad? ¿O también una grieta por donde se cuela lo que la sociedad no quiere mirar?

Quizás Edgar Allan Poe lo dijo mejor que nadie:
“Los demonios no siempre rugen. A veces susurran, y son peores.”