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La campana y el tiempo: Acatlán funde su memoria colectiva

JOSÉ HERRERA
Acatlán de Osorio, Puebla | 30 de mayo de 2025


La campana y el tiempo: Acatlán funde su memoria colectiva

En el corazón mixteco de Puebla, donde las colinas custodian los rezos antiguos y los oficios del bronce sobreviven al olvido, Acatlán de Osorio volvió a escribir su nombre en la historia con fuego, con fe y con metal. La tarde del 29 de mayo, el municipio presenció la fundición de la nueva campana “María”, que será instalada el próximo 24 de junio en la torre mayor de la parroquia de San Juan Bautista.

Más que un acto litúrgico o artesanal, el acontecimiento se vivió como un rito de renovación cívico-religiosa. Una comunidad entera giró alrededor de un horno encendido al mediodía, como si el tiempo se hubiera suspendido para dar lugar a una tradición que pocas veces se repite y que, cuando lo hace, convoca a los pueblos a mirarse hacia adentro.

El horno fue construido el 15 de mayo. El molde tomó días. El bronce esperó la hora precisa: las ocho de la noche. Fue entonces cuando el líquido incandescente descendió como lava sagrada, dando vida a una campana que —según cuentan los pobladores más ancianos— resonará no sólo en el aire sino en el alma del pueblo.

De 1839 a 2025: el ciclo que se cierra

La campana anterior, fundida en 1839 en pleno zócalo de Acatlán, había resistido casi dos siglos de historia, terremotos, guerras cristeras, la Reforma, el caciquismo, la migración y la modernidad. Su sonido, deteriorado por el tiempo y las fracturas estructurales, dejó de ser funcional hace dos años.

Ante ese silencio forzado, y bajo el liderazgo del párroco Luis Gabriel Romero, la comunidad decidió actuar. Se formó un comité, se organizaron rifas, cenas, conciertos, colectas casa por casa. El objetivo: reunir 2 millones 300 mil pesos. Hasta ahora han conseguido el 73% del total, quedando aún pendientes 600 mil pesos. Pero eso no ha mermado el entusiasmo.

María: símbolo de un pueblo que resiste

La campana no es sólo un instrumento. Es el eco del pueblo. Llama al bautizo y al duelo. Al Ángelus y al repique de Corpus. En ella se funden no solo bronce y estaño, sino las memorias de generaciones.

Que se haya fundido aquí, en Acatlán, y no en una fundidora anónima, tiene un valor más profundo. Es una reafirmación del “nosotros”. Como en los viejos días, el pueblo asistió al proceso, vio cómo el calor abrasador transfiguraba la materia y cómo el arte de fundidores de la empresa Divina Providencia, de Hidalgo, se entrelazaba con la esperanza local.

Acatlán vivió entonces algo más que un acto religioso: fue una ceremonia cívica, cultural y política. En tiempos en que las comunidades rurales son desplazadas por megaproyectos o fragmentadas por la migración forzada, el gesto de refundir su propia campana es un acto de resistencia simbólica, de apropiación de su identidad.

Una ceremonia que se avecina

Se espera que el 24 de junio, día de San Juan Bautista, se coloque la campana “María” en la torre mayor. Estarán presentes el arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez Espinosa, y el obispo de Huajuapan de León, Miguel Ángel Castro. Pero el verdadero protagonismo será del pueblo, de los hombres y mujeres que —con o sin recursos— levantaron una campana para sí mismos y para los que vendrán.

En un país donde lo sagrado convive con la impunidad, y donde las comunidades suelen ser olvidadas por el poder, Acatlán ha decidido no olvidar su sonido. Y en ese bronce que pronto repicará al cielo, no sólo hay liturgia: hay memoria, hay historia, hay lucha.


José Herrera
Colaborador especial