Entre el lodo, los tatuajes y el silencio: hallan a Juan Carlos en San José Los Cerritos
Por José Herrera
Al norte de la ciudad de Puebla, entre el lodo y la maleza espesa de una barranca olvidada por los servicios públicos, emergió el cuerpo de Juan Carlos M., un joven de 23 años desaparecido desde el 23 de junio. Fue su madre —no la policía— quien impulsó la búsqueda. Lo reconoció por los tatuajes que aún resistían el paso de los días y la humedad: uno en el pecho con la leyenda “Bonilla”, otro en el brazo con la figura de un lobo, emblemas de una juventud tatuada de precariedad y abandono.
Vestía lo mismo que cuando desapareció: pantalón negro de mezclilla, chamarra negra con franjas grises y tenis blancos. Nada extravagante, nada que lo distinguiera en una estadística de desaparecidos que crece con ritmo de metrónomo en Puebla. Su cuerpo apareció junto al de una mujer aún sin identificar. Dos vidas rotas, apiladas en una barranca, entre las calles Margaritas y 10 de Mayo, justo en la colonia donde fue visto por última vez.
Pero no estaban solos. Junto a los cuerpos, alguien dejó una cartulina con un mensaje amenazante, presuntamente firmado por “La Barredora”, célula delictiva ligada al Cártel Jalisco Nueva Generación. La policía, previsiblemente, no ha confirmado nada. Pero el mensaje estaba ahí, en tinta negra y rabia.
Es la misma “Barredora” que se adjudicó, días antes, el ataque con explosivos a policías en Coronango. Un doble crimen y una bomba: tres advertencias de que en Puebla, el crimen organizado dejó de ser sombra para convertirse en firma visible de un Estado rebasado.
A Juan Carlos lo buscaron con ficha oficial desde el 28 de junio, cinco días después de su desaparición. Tardaron menos en encontrarlo muerto que en activarle la alerta. El hallazgo fue tan brutal como rutinario: un cuerpo con signos de violencia más otro cuerpo sin nombre, el retrato del país donde los muertos se acumulan sin que nadie se pregunte por qué.
Hasta ahora, no hay pruebas de que Juan Carlos y la mujer hallada tuvieran algún vínculo. Pero sí comparten el destino de los cuerpos que estorban: desaparecerlos y abandonarlos en las orillas del mapa.
Las investigaciones continúan —dicen los boletines—. Pero en la colonia San José Los Cerritos, lo que continúa es el miedo. Y el silencio.