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“Las manos del delirio” (parte VII)

“Las manos del delirio” (parte VII): El algoritmo del apocalipsis

El caso de Caleb J. Madsen, 24 años, seguidor de QAnon y víctima de automutilación inducida por teorías conspirativas
Por J.Herrera | Seattle, 2020

“El chip estaba en mis dedos. Lo sentía cada vez que los movía. Tenía que sacarlos antes de que tomaran mi alma.”
—Fragmento de declaración policial de Caleb J. Madsen


I. Caleb no tenía antecedentes. Solo preguntas.

Caleb Madsen vivía en Everett, un suburbio de Seattle, Washington. Tenía 24 años, trabajaba en el turno nocturno de una bodega de Amazon y vivía solo desde que su madre muriera por sobredosis en 2018.

Era callado, introspectivo, fan de las películas de ciencia ficción y lector habitual de foros en 4chan, Reddit y Twitter. Nunca había cometido un crimen. Hasta que un día se cortó los diez dedos con un cuchillo de cocina.


II. Un delirio alimentado por wifi

Los paramédicos lo encontraron en el baño de su departamento, cubierto de sangre, con un cartel pintado en la pared con salsa BBQ que decía:
“NO PUEDEN RASTREARME SI NO TENGO HUELLAS.”

Su historia se volvió viral, brevemente. Luego fue enterrada entre noticias de pandemias, elecciones y violencia policial.

El informe psiquiátrico estableció que Caleb sufría un episodio psicótico inducido por paranoia tecnológica, exacerbado por el aislamiento y la exposición prolongada a contenido conspirativo digital.


III. El algoritmo lo llevó de la ansiedad al bisturí

Durante meses, Caleb siguió cuentas que aseguraban que el gobierno implantaba nanodispositivos a través de vacunas, billetes o alimentos, que rastreaban y controlaban a la población. La idea de que los dedos eran el punto de conexión con “el sistema” se repetía en grupos conspirativos de Telegram.

Un informe del Southern Poverty Law Center y el FBI de ese año advirtió que personas con trastornos mentales leves eran más vulnerables a “delirios digitalmente amplificados”.

Caleb cayó en un bucle sin salida: videos de TikTok sobre control mental, imágenes modificadas de escáneres cerebrales, testimonios falsos de “exagentes de la CIA” que aseguraban que la única salida era la mutilación.


IV. La escena: un baño convertido en quirófano

Cuando los forenses entraron, encontraron guantes quirúrgicos, gasas, pinzas. Caleb había intentado cauterizar algunas heridas. Sobre el lavamanos, una libreta:

“Si no tengo dedos, no tengo identidad. Me voy a liberar.”

Caleb sobrevivió. Perdió movilidad en ambas manos. Fue internado en el Western State Hospital, bajo diagnóstico de esquizofrenia paranoide no tratada con exacerbación inducida por estrés digital.


V. El silencio de las plataformas

Nadie pidió disculpas.
Ninguna red social emitió alerta o mensaje preventivo.
Los grupos de conspiración donde Caleb aprendió a cortarse los dedos siguieron activos durante meses, hasta que fueron clausurados por razones políticas, no médicas.

La familia de Caleb, ya inexistente, no apeló. Su caso se sumó a una carpeta del Departamento de Salud Mental del estado bajo el nombre genérico de “Mutilación con motivación ideológica.”


VI. El precio del abandono

Hoy Caleb vive en una residencia psiquiátrica. No puede escribir. No puede tocar la guitarra que amaba. A veces se arranca las vendas con los dientes y grita:
“¡No soy un títere! ¡Ya no soy un títere!”

Los doctores intentan, cada día, recordarle que el mundo afuera no está gobernado por chips.
Pero él sigue viendo drones en la lámpara.
Y escuchando sus dedos, aunque ya no los tenga.