Tehuacán multa a automovilistas por salpicar a peatones: cuando la cortesía vial tiene precio
En Tehuacán, una infracción menor —pero cargada de simbolismo— se ha convertido en noticia: quienes salpiquen a peatones al conducir sobre calles encharcadas podrán ser multados con hasta mil 132 pesos. La norma existe desde hace tiempo en el Reglamento de Tránsito Municipal, pero su aplicación ha sido, como muchas otras medidas de civilidad urbana, más bien anecdótica: en lo que va de la temporada de lluvias 2025, solo dos denuncias se han registrado.
Y sin embargo, la medida no es menor. Más allá de lo pintoresco de la sanción, revela una verdad incómoda: en las ciudades medianas y pequeñas de México, el respeto al peatón sigue siendo opcional. No se trata solo de salpicaduras: es una manifestación cotidiana de la jerarquía vial, donde el automovilista goza de privilegios no escritos y el transeúnte, apenas tolerado, camina entre baches, banquetas rotas y agua sucia.
El automovilista primero
David Solano Pérez, director de Tránsito Municipal, admitió que la mayoría de los conductores ni siquiera sabe que mojar a un peatón puede ser sancionado. El artículo 52, párrafo cuarto del reglamento municipal lo establece, pero su aplicación depende —como en tantos otros aspectos del derecho administrativo— de que el afectado pueda identificar con precisión el vehículo infractor. En otras palabras: si no tienes tiempo, energía o datos exactos, mejor seca tu ropa y sigue caminando.
Mientras tanto, las lluvias transforman la infraestructura urbana en un juego de supervivencia. Las calles colapsan, los drenajes rebasan su capacidad, los peatones sortean charcos con resignación. Y, en medio de este caos, la figura del automovilista irrumpe como agresor involuntario, escudado en el anonimato y la velocidad.
Civismo en tiempos de simulación
La medida adoptada en Tehuacán no es absurda. Al contrario, es un pequeño acto de justicia cotidiana. Pero también es una confesión de derrota: se legisla lo evidente porque la cortesía ya no es parte del contrato social. Hay que multar lo que antes se evitaba por simple decencia. Que no mojes a alguien con agua lodosa se convierte en asunto de reglamento y no de empatía.
Pero incluso esa sanción mínima tropieza con la estructura: para hacerla efectiva se necesita vigilancia, cultura cívica, voluntad política. Y en una ciudad donde el pavimento mojado es solo el prólogo del desastre urbano, el problema no es quién salpica, sino quién dejó que esas calles se inundaran.
La hipocresía de la ley sin infraestructura
Poco se dice, en cambio, de los responsables de la infraestructura. El agua estancada es, en sí misma, evidencia de omisión municipal: drenajes obsoletos, obras mal ejecutadas, y falta de mantenimiento. Multar al automovilista por mojar es castigar al final de la cadena, pero exculpa a los de arriba, los que cada año prometen resolver el problema estructural de las lluvias, y cada año lo olvidan tras el siguiente escándalo mediático.
Y mientras tanto, en Tehuacán, como en muchas otras ciudades del país, el respeto al peatón sigue dependiendo de la casualidad, el humor del conductor o —ahora— de un reglamento que pocos conocen y menos aún aplican.