Sin maíz no hay país
La esperanza estuvo, está y
estará en el campo
Horacio Cano Vargas
Me gusta platicar con mi hija
sobre historia. A veces, recordar asuntos básicos nos sirve para reflexionar
sobre el presente. En esta ocasión, platicamos sobre las civilizaciones
antiguas. Le explicaba cómo, gracias a la agricultura, las civilizaciones
dejaron de ser nómadas. ¿La razón? Pudieron establecerse en un lugar al
descubrir la forma de producir sus alimentos sin necesidad de trasladarse
continuamente.
No solo eso: la agricultura es la
base de la diversificación del trabajo. Gracias a ese descubrimiento, se hizo
necesario organizarse en sociedad, establecer autoridades y estudiar las
relaciones jurídicas que comenzaban a surgir (por supuesto que tenía que meter
al derecho en el tema). Todo gracias a la agricultura.
En Mesoamérica no fue distinto.
Seguramente fue hasta que se descubrió y perfeccionó la agricultura que
floreció, hacia el 1500 a.C., la civilización madre: los olmecas. Y fue a
partir de la fortaleza agrícola —y de la tierra tan fértil que tenemos en nuestro
país— que, durante el virreinato, este territorio se convirtió en una potencia
económica. La arquitectura es testigo de lo que afirmo: las imponentes
alhóndigas, dedicadas a guardar granos y ubicadas en las ciudades más
importantes de la Nueva España, son muestra de la solidez económica de aquellas
urbes.
“Sin maíz no hay país.” ¡Claro!
Porque sin agricultura ni siquiera habría sociedad, diversificación del
trabajo, avances tecnológicos o expresiones culturales.
Pero algo pasó. Hoy nuestro país
no es una potencia. Algunos le echan la culpa al reparto agrario iniciado tras
la Revolución; otros, al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.
El hecho es que nuestro campo lleva mucho tiempo abandonado, y urge que todos
podamos volver la mirada a él. Si ahí está el origen de las civilizaciones, ahí
también puede estar la clave para su desarrollo.
Veo con esperanza —recordando que
la esperanza, a diferencia del optimismo, tiene razones para pensar que vienen
cosas buenas— la inversión histórica que hace el gobierno de Puebla en el
campo. Con una cifra de mil 634 millones de pesos, bien dicen que el amor se
demuestra en el presupuesto. Si comparamos con años anteriores, el presupuesto
casi se ha triplicado. Esperemos que los resultados también se tripliquen,
resultado de una buena ejecución del gasto; pronto estaremos viendo la cosecha
de lo que se ha sembrado. Al tiempo.
Apunte al aire
¿Y los municipios? ¿Deben
invertir en el campo?
Si bien no es una atribución
señalada de forma directa en la Constitución, podemos afirmar que está dentro
de sus funciones impulsar el desarrollo del campo en sus territorios. ¿Cómo?
Existen varias formas. Enumero tres:
1. Mercados:
Al ser responsables del servicio público denominado “mercado”, cuyo principal
proveedor es el campo, los ayuntamientos pueden regular las relaciones
comerciales para evitar intermediarios que encarezcan los productos y afecten
la economía de productores, comerciantes y consumidores.
2. Agua: También es su
responsabilidad el saneamiento del agua. ¿Estamos seguros de la calidad del
agua con la que se riegan los productos agrícolas? Los municipios tienen mucho
que hacer aquí, en coordinación con los comisariados ejidales y sus comités de
riego.
3. Seguridad: Los gobiernos
municipales son responsables de la seguridad en su territorio. El campo sufre
muchas pérdidas, no solo por el clima o las plagas, sino por la inseguridad.
Esto incrementa los costos y reduce la competitividad frente a otros estados o
países.
Volver al campo es, sin duda,
hacer patria. Invertir en la tierra es sembrar justicia, paz y prosperidad.