La muerte llegó sin nombre y se quedó ahí, tendida sobre la tierra seca de San Francisco Totimehuacan, donde los perros carroñeros hacen lo que las autoridades no han querido hacer: encontrar a los desaparecidos.
A unos metros del lago de Valsequillo, en inmediaciones de la colonia Santa Cruz La Ixtla, habitantes de la zona realizaron un hallazgo que hiela la sangre: el cuerpo de un hombre en avanzado estado de descomposición, devorado en buena parte por la fauna del lugar. Apenas los restos óseos, algunos jirones de ropa y una mochila negra pudieron contar una historia que ni las autoridades ni la Fiscalía han querido escuchar.
Vestía —según los primeros informes— unos tenis azul marino con franjas blancas, pantalón oscuro y una sudadera o playera morada. No tenía rostro, ni voz, ni identidad a simple vista. Solo huesos, ropa y silencio. Fue una llamada anónima al 911 la que, alrededor de las 11:35 horas del jueves 13 de junio, alertó a policías estatales y paramédicos sobre el hallazgo. Para cuando llegaron, ya no había vida. Lo que quedaba era una evidencia macabra de que algo se sigue pudriendo en el subsuelo poblano.
El cuerpo sin nombre
Aunque al momento del hallazgo no se pudo determinar el sexo del cadáver, posteriormente se confirmó que se trataba de un varón. Por sus condiciones, se presume que llevaba varios días —quizá semanas— expuesto a la intemperie. Las fuentes consultadas señalaron que parte del cuerpo fue carcomido por perros, lo que dificultará el trabajo pericial de identificación.
La escena, documentada por personal forense y confirmada por elementos de la Comisión de Búsqueda de Personas, fue preservada, pero el acceso a las imágenes quedó restringido: demasiado crudo incluso para una sociedad que ha aprendido a digerir la muerte como parte del paisaje cotidiano.
Una desaparición más
Aunque las autoridades no han confirmado si el cuerpo corresponde a alguna de las personas reportadas como desaparecidas en los últimos días en la capital poblana, la hipótesis no está descartada. La vestimenta y la mochila serán clave en el cruce de información con las fichas de búsqueda activas.
San Francisco Totimehuacan, esa junta auxiliar de Puebla cada vez más devorada por la expansión urbana, el abandono social y la inseguridad creciente, vuelve a aparecer en el mapa de la violencia. Y lo hace con un cadáver anónimo, sin más contexto que la negligencia estatal y el terror que se va normalizando.
Una constante en Puebla
El hallazgo no es un hecho aislado. En los últimos meses, diversas colonias de la periferia poblana han sido escenario de descubrimientos similares: cuerpos abandonados, restos en descomposición, huesos que emergen entre cañadas, zanjas o campos secos. Cada caso arrastra consigo una estela de impunidad, burocracia y dolor que las instituciones no han sabido, o no han querido, reparar.
Mientras la Fiscalía General del Estado promete “investigaciones a fondo” y la Comisión de Búsqueda revisa fichas, la familia de alguien —en algún lugar de Puebla— sigue esperando una llamada, una señal o una confirmación.
Y en Totimehuacan, el silencio continúa cubriendo la maleza.