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De Amigos y Aliados

 De Amigos y Aliados


Las verdaderas alianzas exigen voluntad, confianza y visión compartida.

por Horacio Cano

La política, me han dicho, se parece a las matemáticas. Hay momentos para sumar, otros para restar, algunos para dividir y otros para multiplicar. Cada operación tiene su tiempo y su forma. Si eso es cierto —y si mis cálculos no me fallan—, hoy, en el ambiente político de nuestro país, es tiempo de sumar para después poder multiplicar.


Lo más complicado de estas operaciones no es hacerlas, sino tener la prudencia para saber cuándo aplicar cada una. Aunque, pensándolo bien, lo verdaderamente difícil aparece cuando, para hacer cualquier operación, nos encontramos con el fascinante y complejo factor humano.


Y ya que hoy es tiempo de sumar, no hay mejor forma de hacerlo que a través de alianzas. Cuando escucho esa palabra, inevitablemente pienso en la alianza más importante para la humanidad, al menos desde una visión judeocristiana propia de Occidente: la alianza entre Dios y el hombre.


Como toda alianza, esa también ha evolucionado. La última y definitiva fue la llamada Nueva Alianza, que establece una relación directa entre Dios y el ser humano. Se expresa con claridad en el Evangelio de San Lucas: “…éste cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lc 22,20).


A lo largo de la historia han existido muchas alianzas: algunas han fracasado, otras han tenido sus altas y bajas. Por ejemplo, la Liga de las Naciones, creada tras la Primera Guerra Mundial, fracasó en impedir la Segunda, pero fue base de lo que hoy es la ONU. Otras alianzas, como el Pacto Ribbentrop–Molotov firmado en 1939 entre la Alemania nazi y la URSS, se rompieron pronto: en 1941, Hitler lo violó al invadir territorio soviético. 


Las alianzas políticas, como las relaciones de amistad, requieren voluntad. Nadie puede obligarte a ser amigo de alguien, como tampoco puede forzarte a ser su aliado. Para que funcionen, se necesita confianza, compromiso, objetivos comunes y valores compartidos. Es vital dejar todo esto claro desde el principio.


Tanto entre amigos como entre aliados debe existir una comunicación fluida, capacidad de diálogo y disposición para resolver desacuerdos. Incluso, en ocasiones, es necesario perdonar una falla o aceptar diferencias.


Además, para ser aliados o amigos verdaderos, hay que estar abiertos al cambio. Las circunstancias evolucionan, las personas también. Por eso, se requiere flexibilidad para adaptar las formas sin perder el fondo.


En resumen —y parafraseando a un gran santo de nuestros tiempos. Las alianzas y la amistad exigen lealtad, sinceridad, comprensión; incluyen entrega e incluso sacrificio.

Si faltan esos elementos, no estamos ante una verdadera amistad o seguramente esa alianza no será duradera y menos exitosa.


Apunte al aire


Los políticos siempre tienen la tentación de dividir, parte de la soberbia que muchos actores pueden padecer. A veces se auto convencen que ellos solos pueden contra “el resto del mundo”. Parece que reconocer que es tiempo de sumar es un acto de debilidad; cuando señores: es todo lo contrario, se necesita mucha fortaleza para aceptar que necesitas del otro. Y les tengo noticias, como lo he dicho consistentemente no se puede avanzar sin el otro.


En Puebla vemos un liderazgo que convoca, que no excluye, que dialoga y construye. Vemos una relación histórica entre el alcalde de la capital y el gobernador del estado. Recordemos Barbosa – Claudia Rivera; Rafael Moreno Valle – Eduardo Rivera. Pero tampoco es una relación de subordinación, como ya lo vimos en algún momento de nuestra historia reciente. Se trata de una alianza franca y visible, creo que ni el presidente municipal o el gobernador se equivocan. Decidieron ser aliados y siendo prudentes con los tiempos, sumar por el bienestar de Puebla. 


Porque en política, como en la amistad, se construye lo duradero con voluntad, claridad de propósito, y sobre todo, con la capacidad de aliarse con altura de miras.


Hoy, quien sabe sumar, podrá multiplicar mañana.