“Las manos del delirio” (parte VIII): El espíritu que devora las extremidades
El caso de Afolabi B., 17 años, automutilación ritual en Ogun, Nigeria (2021)
Por J.Herrera| Lagos – México, 2025
“Al amanecer, oí al espíritu dentro de mí gritar: ‘¡Devuélveme lo que me robaste con tus dedos!’ Así que tomé el machete, y obedecí.”
—Testimonio de Afolabi B., durante una sesión de exorcismo
I. El pueblo donde el tiempo no pasa
En Imeko, un poblado fronterizo entre Nigeria y Benín, la medicina moderna aún no ha desplazado a los babalawos. La electricidad es intermitente, los hospitales están a más de 50 km, y los sueños —los verdaderos, los que arden— aún se diagnostican con cola de cabra y escamas de iguana seca.
Allí nació Afolabi B., un adolescente tranquilo, aprendiz de tamborilero, hijo menor de un comerciante de aceite de palma. A los 17 años, durante la estación seca, se amputó los dos brazos con un machete oxidado.
II. Todo comenzó con un sueño
Semanas antes, según contaron sus padres al canal NTA News, Afolabi empezó a despertar gritando. Decía que una voz venía del techo de zinc y le acusaba de haber robado un “don sagrado” que no le correspondía. Al día siguiente, su tambor amaneció partido en dos.
Un curandero local diagnosticó posesión por un espíritu “ajogun”, antiguo enemigo de los nacidos bajo el signo de Shango, el orisha del trueno.
Le indicaron ayuno, rezo y silencio. Pero el espíritu volvió, y le exigió pagar la deuda con carne.
III. El machete y la obediencia
El 11 de abril de 2021, a las 3:30 a.m., Afolabi entró al corral, colocó sus brazos sobre un tocón de madera, y comenzó a mutilarse con una hoja de 40 cm. El padre, que dormía en la habitación contigua, solo reaccionó al oír un gemido parecido al de una cabra desollada.
Corrieron. Encontraron a Afolabi bañado en sangre, con los muñones levantados al cielo, murmurando:
“Ahora sí podré dormir.”
IV. Una tragedia entre la locura y el rito
Fue llevado al hospital de Abeokuta con ayuda de una ambulancia improvisada en motocicleta. Sobrevivió. Los médicos confirmaron gangrena parcial y amputación traumática. El diagnóstico: esquizofrenia con componente alucinatorio de tipo religioso.
Pero en el poblado, nadie aceptó esa versión.
Para la comunidad, lo que Afolabi hizo fue cumplir un mandato espiritual.
No fue locura. Fue obediencia.
No fue un brote. Fue sacrificio.
V. La grieta entre la ciencia y el tambor
Una ONG sueca ofreció trasladar a Afolabi a Lagos para rehabilitación. La familia se negó. Dijeron que los hospitales europeos no curan lo que los ancestros castigan.
Afolabi vive hoy en una choza de barro, en silencio, bajo el cuidado de un sacerdote tradicional.
No habla. No canta. No baila.
A veces sonríe.
Y a veces grita que las manos le han vuelto a crecer por las noches.
Que las ve moverse solas, en sueños.
Y que si no las corta de nuevo… el espíritu regresará.