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Rapiña bajo el agua

 

Rapiña bajo el agua
Por un hijo de la calle. Carlos Charis

2 de mayo de 2025

El tráiler cayó al río como caen los idiotas en el amor: sin freno, sin sentido, sin salvación. Era de madrugada en Tabasco, esa tierra donde el calor te pega como deudas viejas y la selva no perdona. Iba cargado de mercancía. Qué llevaba, nadie sabe. Qué importa. Todo es mercancía: comida, zapatos, almas.

El conductor —que seguro no ganaba ni para cubrir la cuota del infonavit— quedó atrapado entre los fierros. Su copiloto gritó hasta que le dolió la garganta, pero nadie llegó. Y cuando llegaron, llegaron tarde, como siempre. Llegaron los que traen placas y uniforme, pero no traían prisa ni ganas. Confirmaron la muerte como si repartieran tickets de estacionamiento: “Ni modo, se ahogó”. Uno menos. Siguiente.

El río Samaria tragó al chofer, pero vomitó el tráiler. Medio sumergido, como un monstruo herido, ahí quedó. Entonces llegó la otra especie, la que no perdona el caos: el pueblo.

No todos, claro. Solo los de siempre: los que aprenden a nadar en agua sucia y a robar sin culpa. Bajaron al río como si fueran a misa. Ni rezaron. Solo cargaron. Mochilas, bolsas, bultos. Nadie lloró al muerto. A los muertos ya nadie los llora. Solo estorban. Lo importante es la mercancía. ¿Qué era? Poco importa. Cerveza, pañales, arroz, sueños de otros.

Los videos ya están en X, Facebook, TikTok, el infierno. Algunos ríen. Otros insultan. Muchos comparten. La indignación es un deporte barato. “¡Qué poca madre!”, dicen los que jamás han tenido hambre, ni han dormido con chinches, ni han vendido su moral por un par de tenis.

Las autoridades acordonaron la zona, pero ya era tarde. La rapiña no espera permisos. La muerte tampoco.

Hay que entenderlo: en este país la tragedia es un negocio. Uno se ahoga y otro se enriquece. Unos cargan ataúdes, otros cargan cajas.

Y el río sigue. Como siempre.