Los Hermanos González Vieyra: Ladrones de Pueblo Chiquito, Cínicos de Tiempo Completo
Por Carlos Charis – mayo 2025
(escrito con las uñas negras y el hígado resentido)
La mugre no siempre está en las banquetas o en los baños públicos. A veces usa traje, cobra quincena y dice que sirve al pueblo.
En Ciudad Serdán y Tlachichuca no gobierna la ley. Gobierna el apellido.
Y ese apellido, durante años, fue González Vieyra.
Dos alcaldes, dos hermanos, dos cráneos huecos con sonrisa de feria barata.
Uruviel y Giovanni.
Parecen nombres de banda norteña o de tequila corrido.
Pero son solo eso: los nombres de dos tipos que se tragaron más de 41 millones de pesos y dejaron la cuenta sin pagar.
Hoy están en el penal de Tepexi, compartiendo rejas y vergüenza.
Y ni así entienden lo que hicieron.
Uruviel se llevó la peor parte: 37 millones 572 mil 506 pesos con 22 centavos que desaparecieron más rápido que un alcalde en pandemia.
Dicen los papeles que compró fertilizante.
Que ayudó con eventos deportivos.
Que pintó iglesias.
Que pagó nóminas.
Pero no hay recibos, no hay nombres, no hay fotos, no hay nada.
Solo una montaña de aire caliente y facturas que nunca existieron.
Hubo 13 millones tirados al caño en “ayudas sociales” que nadie recibió.
Y 3 millones más en sueldos que quién sabe si se pagaron.
¿Fueron brutos o netos?
¿A quién se le pagó?
¿Cuándo?
Silencio.
La contadora dice que se enfermó. El chofer no recuerda. El exalcalde ya no da entrevistas.
Todo huele a gasolina —más bien, a los 3 millones 040 mil pesos que se fueron en combustible pagado a una empresa fantasma, sin contrato, sin licitación, sin nada.
Giovanni, el más chico, no quiso quedarse sin pastel.
Fue alcalde de Tlachichuca.
El monto fue menor: 3 millones 834 mil pesos, pero el cinismo fue el mismo.
Pagó payasos, electrodomésticos, botellas de agua y escenarios con dinero público.
No hay contratos.
No hay testigos.
Solo quedó el recuerdo de un 15 de septiembre con luces y risas, y una factura de 867 mil pesos sin respaldo.
Las “ayudas sociales” que prometió sumarían 1 millón 675 mil pesos, pero ni una sola firma de beneficiario aparece.
Ni una foto, ni una lista.
Nada.
Solo bolsas negras llenas de papeles rotos.
Y un expediente con café derramado en la esquina.
La Auditoría Superior del Estado hizo lo suyo.
40 observaciones en Ciudad Serdán.
17 en Tlachichuca.
Todas con olor a podredumbre.
La transparencia, como siempre, fue un adorno más en la pared del despacho.
Los González Vieyra eran reyes de pueblo.
Dueños del presupuesto, de la radio local, de las calles empedradas.
Pero se les olvidó algo: hasta el ladrón más burdo deja huella.
Y ellos dejaron tantas que ahora los persiguen los tribunales y los fantasmas de lo que pudieron haber hecho bien.
Hoy están tras las rejas.
Pero no hay justicia.
Porque la justicia verdadera vendría cuando los 41 millones regresen.
Y eso, todos lo sabemos, no va a pasar.
Así es esto.
Los pueblos se vacían de jóvenes, se llenan de discursos, y al final todo termina igual:
con dos hermanos mirando al techo de su celda, preguntándose si valió la pena.
Y tú y yo, viejo, sabemos la respuesta.
No lo fue.